CRÍTICA Ant-Man y la Avispa

Ant-Man

“Hold on, you gave her wings?”- Scott.

Simpática y entretenida son dos adjetivos que vienen a la perfección para describir Ant-Man y The Wasp (o Ant-Man y la Avispa, tal y como se ha medio traducido en España), la secuela de Ant-Man (Peyton Reed, 2015) y última película del Universo Marvel Cinematográfico de este 2018, donde se han estrenado Black Panther (Ryan Coogler, 2018) y Vengadores: Infinity War (hermanos Russo, 2018). Otros adjetivos, algo esnobs, que se podrían añadir a la lista son: intrascendental o errática. Y, pese a como queramos calificarla, seguramente estemos ante otro éxito comercial de Marvel, aunque arriesgue lo justo para ser una película más dentro de la franquicia iniciada en 2008 por Iron Man.

Ant-Man y la Avispa nos sitúa en los últimos días del arresto domiciliario de Scott Lang (Paul Rudd), condenado tras participar en la Civil War del Capitán América y dando una explicación a por qué no estaba en Infinity War. Lang intenta seguir con su vida de héroe fracasado, encerrado en casa, mientras le visitan su hija y Luis. Ni rastro de Hank ni Hope Pym, furiosos porque Lang robase uno de los trajes y se fuese a luchar con el Capi.

Sin embargo, el hecho de que Lang regresase del reino cuántico en la primera película, hace que Hank y Hope tengan esperanzas en recuperar a Janet, la esposa de Hank y la madre de Hope, prisionera en ese submundo más allá de la realidad. No obstante, el vendedor de tecnología de poca monta Sonny Burch y una extraña villana que entra en fase, Fantasma, aparecen como enemigos y hay viejos conocidos como Bill Foster, que tendrán que prestar algo de ayuda al grupo cuando Hope y su padre deben recurrir a Scott para recuperar a Janet.

Lo anterior sería, más o menos, el argumento de la secuela y, casi cualquiera que conozca las películas de Marvel o los cómics, podría completarla casi sin verla, ya que cae en los lugares comunes, sin ofrecer excesivos giros de guion, hecho que conduce a un tercer acto de explosiones y persecuciones que, por desgracia, jamás se siente como una amenaza tremenda, como un gran desenlace y deja con la sensación de que falta más para cerrar este capítulo de la historia de Lang, Hope y compañía. No hay auténtico peligro y el espectador habitual ya se imagina lo que está por pasar, y, pese a todo, no se aburre. Es más, la escena que hay tras los créditos se asienta más como un verdadero cliffhanger del que seguramente puede partir una película con más intrígulis que esta (y esa no será una secuela directa, sino la cuarta película de los Vengadores).

¿Estamos, por tanto, ante un fracaso para Marvel? Ni por asomo. Ant-Man y la Avispa consigue caer simpática en todo momento; es una película de «buen rollo», que nunca se toma excesivamente en serio y decide concebir una cinta de superhéroes, llena de comedia, sin tropezar en el toque de palabrotas porque sí de la macarra Deadpool (Tim Miller, 2016). Seguramente, esto se consigue por tener de protagonista a un Paul Rudd acostumbrado al género, que controla bien los tiempos y la improvisación, y que resulta gracioso por ser tan fracasado como uno mismo. No obstante, Evangeline Lilly escala posiciones y se convierte en coprotagonista, más allá de personaje de apoyo de la primera parte, y eso se agradece. Del mismo modo, en el último tercio, Hank Pym hace (por fin) algo, sin tener que ser la voz de un auricular, con un Michael Douglas que se lo pasa bien, y encaja con una Michelle Pfeiffer que, aunque aparece poco, es el punto de partida del film y siempre es bienvenida al género, tras su incursión ya lejana como la mejor Catwoman del cine (y sí, también muy particular, al estilo Burton). En cuanto a secundarios, brilla Abby Ryder Fortson como una Cassie que ya apunta a maneras como futura superheroína (se rumorea de una actriz adulta que la encarne en la cuarta de Los Vengadores) y un «robaescenas» como Michael Peña en el rol del parlanchín Luis, siempre acompañado de Dave (T.I.) y Kurt (David Dastmalchian).

Puede que la nueva incorporación de Lawrence Fishburne en el rol de Bill Foster aporte lo justo, que es mejor que lo poco que suma una olvidable sabandija de tercera como Sonny (Walton Goggins), perfecto hijo de la era Trump, hermanado con el Justin Hammer de Sam Rockwell. En cambio, con Ava/Fantasma, la actriz Hannah John-Kamen intenta dar todo de su parte en un rol que rememora al Vanko de Iron Man 2 y procura ser una especie de Soldado de Invierno, que no llega tan lejos como el llevado a la pantalla por los Russo. Puede que su gran hora no sea en solitario, sino con unos Thunderbolts.

Por fortuna, el guion se libera del lastre del proyecto nunca llevado a cabo por Edgar Wright y rematado por Reed en la primera parte de 2015 (que se sentía muy remendada en algunos aspectos), y nos ofrecen una historia más uniforme, pese a los ya citados problemas. Eso sí, si los Pym y Lang hubiesen hablado más con Fantasma y Foster hubiese echado un cable de modo oportuno, no me cabe duda de que la película no hubiese existido: una simple charla y el regreso de Janet como deus ex machina (nunca mejor dicho) podría haber arreglado la película a la media hora, pero tampoco hubiéramos tenido película, así que se le permite.

Uno de los aspectos interesantes está en las escenas de acción, bien realizadas y con unos efectos especiales que cumplen con unos recursos particulares bastante interesantes (o, simplemente, divertidos): coches que se reducen, saleros gigantes, Scott que no sabe controlar su traje prototipo, hormigas gigantes que tocan la batería… Todo es tan loco como en un cómic y eso significa que la adaptación de un medio a otro no se desvirtúa completamente, pese a los cambios que haya en los personajes frente a su contrapartida de las viñetas. Y una vez más, los programas para rejuvenecer a los actores llaman la atención por cómo logran que Michael Douglas o Michelle Pfeiffer vuelvan a los años ochenta.

Pese a que la cinta decida tomar aspectos visuales ya vistos en la primera película o se opte por el mundo cuántico ya vislumbrada en esa y en Doctor Strange, continúa siendo interesante, al igual que la banda sonora de Christophe Beck, que vuelve a su primera banda sonora, pero añadiendo algunos toques nuevos, que resultan tan extravagantes como el propio personaje al que otorga de un reconocible leitmotiv.

En definitiva, queda claro que todo el equipo detrás de la película ofrece lo que deseaba ofrecer con Ant-Man y la Avispa. Salvo la escena tras los créditos, no hay ninguna sorpresa ni ningún sobresalto, para bien y para mal, lo que hace de la cinta una rueda más del mecanismo de Marvel. Después del infierno que fue la producción de la primera parte, con un proyecto que se deseaba llevar a cabo desde Iron Man 1, con un director y un reparto que abandonó casi por completo, con un guion reescrito hasta la saciedad, fue un milagro que la primera saliese bien y que haya una segunda que apuesta por lo mismo, pero intentando hacerla un poco mayor, aún con ciertos problemas, es otro milagro más. Por el camino, tenemos todos los guiños a la mitología de Ant-Man y del Universo Marvel, como el consabido cameo de Stan Lee o alusiones a las otras películas.

Ant-Man y la Avispa es otro paso en el Universo Marvel Cinematográfico, capaz de entretener a su público, optando por la acción y la comedia familiar, aunque añada lo justo a una macrohistoria que lleva ya diez años trayendo a los superhéroes de los cómics a la gran pantalla.

Sobre CarlosJEguren

Devorador de cómics, libros, películas, series, mangas, animes, videojuegos... En fin, un imaginauta en busca de nuevos mundos con autores como Alan Moore o Neil Gaiman como guías. ¿He escrito "en fin"? Quizás no, porque como diría el Doctor Manhattan: "In the end? Nothing ends, Adrian. Nothing ever ends".

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