RESEÑA Pesadillas de Katsuhiro Ôtomo

Han pasado nada más y nada menos que treinta y dos años desde que Norma Editorial publicase en España por primera vez en tres tomos la obra que reseñamos a continuación, cuando el manga en nuestro país apenas había asomado, y la friolera de cuarenta y tres desde que un todavía joven Katsuhiro Otomo la crease.

Cierto es que el primer manga publicado en España apareció en la revista Caval Fort (Barcelona) en 1968, se trató de una historia corta llamada Tonda Haneko, de Rakuten Kitazawa, publicada en catalán, pero no fue hasta finales de los ochenta y principios de los noventa cuando el manga comenzó a brillar aquí, gracias sobre todo a obras como Dragon Ball y su versión animada. Pero sí la obra más leída y visionada de Akira Toriyama marcó a varias generaciones hasta nuestros días, por aquel entonces, otro mangaka, Katsuhiro Otomo, conseguiría ser pionero en algo impensable para el país nipón, traspasar el océano y conquistar a toda una generación de norteamericanos y europeos con su magnum opus (obra magna): Akira, en su versión cinematográfica. Todo un alarde de creatividad, guion singular y esfuerzo por tomarse en serio a sí misma y crear la que puede ser quizás aun, la mejor película de animación de todos los tiempos (Con el permiso del maestro Miyazaki y algunas de sus obras).

El manga, de mismo nombre, finalizado casi dos años después del estreno de la película, con sus diferentes ediciones, incluyendo la coloreada, sigue siendo hasta la fecha, un cómic seminal e imprescindible, que sigue nutriendo a la nueva generación de animes, films y mangas del género cyberpunk. Y antes que Akira, Otomo, serializó la obra que reseñamos: Pesadillas.

El título hace crecer quizás las expectativas, o cuando menos, confundirnos, ya que a pesar de tener algunos marcados elementos de terror, en realidad, podríamos (si estuviéramos obligados a hacerlo) enfundar esta obra dentro del género del thriller fantástico policial, salpicado con un terror psíquico. El autor no esconde ni su admiración por el cine, ni su exquisitez por la arquitectura más detallista. En esta obra, combina fondos repletos de detalles con otros donde las viñetas se ven demasiado desnudas y trata cada viñeta como un director, un plano de película.

No es la primera vez que el artista demuestra su gusto (o crítica) por la ciencia ficción más distópica. Comenzó hacerlo en su primera obra “Fireball” de 1979. El artista se encuentra muy cómodo entre las ruinas, la destrucción y lo paranormal. Entre las megalópolis y paredes de cristal sin fin. Esa reiteración de plasmar mini sociedades congestionadas en edificios viene originada de un pasado donde el mismo autor vivió rodeado de masivos complejos de viviendas, quizás desarrollando desde entonces, esa aversión por un futuro apiñado y centralizado.

El manga se lee de izquierda a derecha (forma occidental), quizás, un esfuerzo más para la trascendencia de sus obras. Resulta evidente su gusto por la delineación, la arquitectura y las geometrías sólidas y apabullantes que se hacen muchas veces con el protagonismo de las viñetas, siendo en ocasiones las mismas construcciones de acero las narradoras de lo que sucede y otorgando y/o sumando energía a la escena. La arquitectura en parte brutalista (uso masivo del cemento en la construcción para resaltar el poder de la estructura) y en parte faraónica, convierten a los edificios en elementos narrativos de la propia historia con personalidad e influencia, al igual que ocurre con la lluvia en Blade Runner.

Toda esa exaltación de masas pétreas, no deja de ser un cuestionamiento y/o preocupación por el camino que parece haber tomado el desarrollo de la sociedad nipona.

En cuanto a la historia, podríamos decir que Pesadillas, a pesar de ser ya una obra madura, es el primer peldaño de la gran escalera que vino después (Akira). Es un puente que nos deja ver la gran culminación de todo lo que quiso expresar, incluso en el dibujo, donde apreciamos que la anatomía de los personajes es como una fase previa a los de su siguiente obra. Si comparamos las dos obras, veremos que hay muchos elementos similares entre sí, empezando por el más obvio, dos antagonistas con poderes telequinéticos luchando entre si. Si en Akira eran Tetsuo y Kaneda, en esta obra, vemos al viejo Cho-san y la joven Etsuko. Una lucha clásica y sencilla pero bien llevada entre el bien y el mal desarrollada nuevamente dentro de un paisaje de cemento en el que tanto esmero y empeño dedica el artista en recrear, que además incluye ciertos pasajes detectivescos que favorecen que el lector mantenga el interés. Un desarrollo de personajes bastante cuidado y un dibujo efectista y de gran profundidad.

Obra ganadora del premio al mejor manga de ciencia ficción, tanto para un público joven como adulto, muy entretenida y recomendable para iniciarse en la trayectoria del maestro Otomo que merece la pena redescubrir.

Sobre Raúl Rodríguez Ramos

Sígueme a la muerte, Alicia.

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